martes, 13 de mayo de 2008

VAYA PEDAZO DE MALETA

Acababa de cumplir dieciocho añitos. Viajaba en el tren expreso nocturno más famoso, quizá, de los primeros años ochenta en España: "El Moro", que cubría la distancia, todas las noches, desde Algeciras hasta Irún. Iba acompañado por cuatro amiguetes más, entre compañeros de estudios y colegas del barrio, todos residentes de la periferia Madrileña.
El retorno a la capital resultó algo triste, ya que la aventura que se buscaba no salió nada bien. Pero eso podría ser otra historia para otro pequeño "relatus".
"El Moro" iba hasta los topes de viajeros de modo que cada cual de la pandilla tuvo que buscarse la vida por su cuenta; o, es decir, acoplarse como pudiera en algún asiento, en el pasillo fumando, o deambulando, con esperanza, por los departamentos de los vagones entre parada y parada.
El recién muchacho mayor de edad encuentra cobijo, sí, milagro: un asiento libre, nada más ni nada menos que en un vagón de Primera. La búsqueda culminó bien, al fin, después de patearse un par de veces todo el tren, a eso de las tres de la mañana. Aquellos asientos de Primera abatibles y de gran anchura permitían un acomodo parecido al de una cama pero con pretensiones de dromedario. Una excelente oferta a comparar como se viajaba en Segunda, o, en tiempos, en Tercera. Para rematar la faena en el asiento de al lado, ya medio tendida, una mujer bien entrada en la treintena, pero de muy buen ver, ya estaba acoplada. El muchacho fantaseo en el acto al pensar en los roces que le esperaban con el traqueteo y en los muslos y el culo de su nueva compañera de viaje. Había que acoplarse inmediatamente. Poco tardó en entrar un marroquí con la pretensión de depositar su equipaje a buen recaudo en alguna estantería. La halló justo encima entre los dos asientos. El equipaje del moro era una maleta con ínfulas de baúl y con más panza que el propio Sancho. Debía llevar en la maleta artículos para poner un quiosco en el Rastro, de sobra. La maleta fue depositada en el hueco libre, con ayuda de todos los residentes de ese departamento. Y el moro se marchó (presumiblemente siempre anduvo cerca del lugar).
Al poco rato, ya motivado y pletórico de confianza después de una docena de roces con la mujer compañera de asiento, el muchacho reclina su cabeza en el hombro de ella para arrimarse un poquillo más, y a ver qué pasa con esas historias nocturnas de sexo que tantas veces había escuchado. Es rechazado de forma brusca, merecida o no, pero de forma muy brusca. Adiós a la fantasía sexual. Otra vez será. Y permite protagonismo al sueño.
¡¡¡¡¡KATACROCK ! ! ! ! Al pasar el tren por una estación sin parada sucede una sacudida general. ¡¡¡¡KATACROCK y PUMMMM!!!!, escuchó al despertar. La maleta del moro cayó sobre el hombro de la mujer, donde podría haberse encontrado con la cabeza de él. Los siguientes minutos fueron dedicados para atender a la mujer que estaba muy confusa y bastante lesionada.
El revisor se personó, avisado por alguien, y se llevó a la chica, a la maleta y al moro lejos de allí.
El muchacho volvió a la pose de dormir.
Con el tiempo pensó que este incidente fue la inversa de lo que con normalidad le sucedería con las mujeres. "Tu cabeza peligra por la ciega obsesión amoroso-sexual hacia una mujer"

sábado, 3 de mayo de 2008

UNA PROPOSICIÓN INDECENTILLA

El tipo mira su teléfono móvil y ladea la cabeza de un lado a otro como si lo recriminara. Lo coge; y comprueba la hora, los mensajes recibidos y las llamadas perdidas aun a sabiendas de que no hallará nada de lo esperado. Comprende que debe esperar un rato más la llamada ansiada. El tipo, con un corte de pelo muy rasurado, viste ropa algo ceñida, con cazadora de piel oscura y pantalón a juego que culmina hacia el suelo con botas del tipo camperas negras. Un casco depositado en la barra del bar, junto a su tercio de cerveza, lo delata como motorista. Justo cuando decide dar un nuevo tragazo observa, de soslayo, la entrada de una muchacha joven, mayor de edad por un suspiro, piensa, con un buen culito y cara preciosa. Viste vaqueros y blusa roja ceñida. Ahora ella lo mira fijamente dando la impresión de que lo conoce, y él cambia raudo de pensamientos para tratar de olvidarla enseguida. Aunque ella persiste en la mirada hacia él.
- ¿¡Oye!?, tú eres el que vive ahí enfrente, ¿verdad? Vives solo. Te he visto con mujeres distintas alguna que otra vez. ¿Ninguna es tu novia?
- ¿Eres periodista?, bonita. Tienes los ojos hinchados, seguro que has estado llorando. Sabes que las lágrimas podrían turbar tu visión sobre la vida.
- Mire, quisiera pedirle un favor, es que tengo problemas y ningún dinero. (A la muchacha se le enrojecen las mejillas). He decidido prostituirme y quisiera que usted, o... tú, fueras mi cliente. Me ha dicho una amiga, que se ha acostado con mayores, cómo se hace. ¿Cuánto me pagarías por follar contigo? ¿Podrías ayudarme?, por favor.
El tipo echa un trago largo, bastante largo, para poder bajar la bola que se le acaba de formar en la garganta.
Por lo visto, ella acarrea problemas desde el divorcio de sus padres y se tuvo que quedar a vivir con su padre al que últimamente no aguanta, tampoco aguanta a su madre ni a su ex novio, a los que culpa de su situación. De modo que se fue a vivir a un piso compartido y no tiene dinero para pagar la habitación, ni siquiera para llenar la nevera. Lleva varios días sin asistir a sus estudios.
- Al parecer, chica, todo está en tu contra por culpa de los demás. No crees que sea demasiada casualidad, aunque a tu edad te parezca de lo más normal. Está bien, te invito a un refresco mientras te explico cómo lo haremos.
El tipo le dice que lo primero será llenar la nevera, después debe ir al videoclub y pillar una peli romántica para verla lo antes posible con su padre, y debe escribir en primera persona y utilizando el nombre con el que la conocen sus amigos de siempre la propuesta que acaba de realizar, que debe meditarla cuantas veces sea necesario... y una vez más.
Ella recibe por parte del desconocido un billete de 50 euros y un guiño, y se marcha del local para desaparecer entre los claroscuros callejeros de un moribundo atardecer.
Pasados dos tercios de cerveza suena el móvil. "¡Vaya! Bianca, pensaba que te habías olvidado de mí, cielo"; "Hola... ya estoy libre, guapo, me he puesto la ropa interior que me dijiste"; "¡coño!, espero que no me salga tan caro como la última vez, ya me toca que me hagas una rebajita"; "ven, ven... corre cariño... te lo voy a chupar todo, todo, todo..."
El tipo va en busca de la mujer que lo ha estado poniendo más caliente que el tubo de escape de su moto en pleno atasco veraniego.
-NUEVE MESES MÁS TARDE-
Un tipo bebe cerveza, en soledad, en uno de sus bares favoritos. Alguien le toca su columna vertebral como si lo hiciera con el timbre de una gran mansión. Gira despacio la cabeza y aprieta los pectorales y los puños, con disimulo.
- Hola, ¿te acuerdas de mí?
En un principio no reconoce el rostro hermoso, juvenil y alegre de la chica. Segundos después se relaja al acordarse de ella.
- Me dejas que te dé dos besos, de corazón. Gracias por no aprovecharte de mí aquel día, y quiero que sepas que jamás me convertiré en una puta. Estoy muy bien ahora con mi familia y tengo un novio que me quiere mucho.
El tipo recibe los dos besos más sinceros de toda su vida. Se pide un nuevo tercio para celebrarlo, al verla partir.
Ambos jamás han vuelto a verse y ni conocen el nombre del otro.