viernes, 13 de febrero de 2015

BANDERAS y su GOYA



Señor Antonio Banderas:
Con respecto al discurso sobre el Goya Honorífico que le ha otorgado la academia de cine española, debo decirle que nunca he visto la gala de los premiados entera, siempre me parecen un soberano tostón.
Empero debo comunicarle que la última me la ha salvado.
Su elocuencia, argumento, fundamento y ternura, con la dedicación a su hija Stella del Carmen por el tiempo perdido, fueron impresionantes. Hablando del tiempo perdido. Las películas son una compañía divina. Te pasean por los sentimientos y por el mundo. Ahondan en tu vida, le dan un motivo o se lo quitan. Te entretienen y nunca te dan la sensación de haber perdido el tiempo cuando terminan. Algunas, las menos, pasan sin pena ni gloria por tu estado anímico. Incluso así, merecen la pena.
Volviendo a su discurso. Tres detalles de enjundia, al menos para mi: sobre el lodo (no dijiste arcilla, sino lodo) que al moldearlo se convierte en una película (pues hasta de la ciénaga puede surgir  una flor); sobre que a tu edad (la misma que la mía por dos años más tú) empieza la segunda parte del partido de tu vida; del reconocimiento que siempre deseaste con anhelo de los tuyos aunque para ello tuvieras que emigrar  a EE.UU como tantos otros talentos de este país canallesco. También fui inmigrante a Madrid.
Te digo, Antonio, que me empaté con tus palabras. Antes de que empezaras estuve a punto de cambiar de cadena, pues, triste de mí, pensé que te ibas a tirar un cuarto de hora agradeciendo los esfuerzos de las personas que te habían apoyado y ayudado. Ocurrió que te pusiste esas “gafotas” que dan la sensación de permitirte escudriñar las letras a un tamaño excepcional. Me dije, este tipo va a leer algo muy especial para él y a ver si lo es para mí también. Y lo fue.
Tú estabas delante de miles, muchas, personas escuchándote dentro de una fiesta de las mejores, si no la mejor ese día, del planeta. Yo estaba solo, a oscuras, tumbado en un sofá circunstancial  (vivo de alquiler). Tú leías con una enorme dosis de lucidez. Yo acarreaba una resaca de mil demonios en la que pensar era un esfuerzo increíble. A ti te esperaba tu familia. A mí nadie. Tú estabas en la cima de tu profesión y yo en una baja de la mía. En fin, quizá todo sea pura envidia.
Cuando terminaste la exposición y levantaste la estatuilla para dedicársela a tu hija acababa de recibir las mismas sensaciones como si hubiera visto una buena película sobre la redención, la tuya. Y eso es algo en lo que yo siempre he fracasado. Espero que hasta ahora; pues, Antonio, yo también empiezo la segunda parte del partido de mi vida.
Fue cuando decidí escribir sobre ese momento, íntimo entre ambos.
En cierta ocasión quise ponerme en contacto contigo, con tu productora, para ofrecerte la posibilidad de que valoraras un proyecto de guión sobre una novela que publiqué (sin apenas éxito hasta la fecha y ya descatalogada que se puede obtener buscando en la columna de la derecha). Transcurre  en Granada, junto a tu querida Málaga paisano, en la década de los ochenta y que bien pudiera enfocarse como una obra de teatro sobre escenarios naturales donde sobraría cualquier modernez debido a su ambientación. Nunca recibí contestación, de los más de veinte sitios a los que me dirigí. Comprendí que la dichosa crisis ya estaba en auge, me consolé. También le escribí a tu amiga Penélope Cruz, Pe y Oscar (pincha) en otro estilo tirando hacia el relato cuando ganó el Óscar a mejor actriz secundaria. Pero me resultó imposible contactar.       
         Ya me despido, Antoñito, deseándote que ese partido, ese segundo tiempo nos sea cojonudo, a todos los que lo juguemos con ganas (con dos huevos). Nos vemos por Málaga, pues le tengo el ojo “echao” hace tiempo.
         Postdata: dale a tu hija Estela mil gracias por haberte compartido con el resto de la humanidad. Su soledad quedará recompensada por la compañía ofrecida a todos los demás.
SUERTE.